Cosmic Love And Say No More

Pensé que ya no estabas más ahí, que no te habían devuelto. Fui corriendo como quien sueña que algo fue devorado por los trasgos de la noche, y estabas, pero en otro lado. Muy lejos de donde te había dejado. Te había dejado más precisamente entre Sylvia Plath y Henry Miller, como para equiparar. Y te encontré soportando la estantería, al lado de una antología. Te tomé y de solo tenerte recordé el primer día que te vi. Estabas en la papelera del metro, Urquinaona si mal no recuerdo, tal vez Universitat. Yo iba con mi uniforme de mierda, a mi trabajo de mierda, a realizar el horario de mierda que me habían avisado una media hora antes por el teléfono de mierda, en la pensión de mierda. Crucé a usar mi ticket de mierda para el bocata de mierda en el mismo bar de mierda -café con pozo- eructé antes de salir, y me encaminé a la parada. Fue, para ser más exactos, un 14 de febrero. Las góndolas ofrecían caramelos, flores, y hasta penes envueltos en papel celofán. Es ese día en que los maridos regalan algo y las señoras reciben, o viceversa, ese débito automático a los daños colaterales. Los novios compran peluches, y las novias escriben poemas. Iba caminando con un paso tranquilo, observándolo todo, fumando y, aunque me chocan tanto los días feriados como los festivos, los impuestos como los aniversarios, ese día estaba jodida. Intrínsecamente jodida. Como esas noches en que pasas horas buscando hojillas, no las encuentras, todo cerrado, y decides fumarte un sacrílego con un recorte de biblia, y caes en la cuenta que tampoco tienes una. Igual. Bajo en el andén, voy caminando hacia el fondo, para sentarme a esperar. Paso por la papelera, sigo, doy la vuelta: algo llamó mi atención. Y ahí estabas, hundido, pero con la suficiente altura para dejarte entrever entre la bolsa de plástico negra y los papeles de golosinas. Te tomé despacio, como quien encuentra un tesoro, olvidando ya el metro, el horario, el mismísimo lugar. Tenías ya algunos años, pero te habían cuidado bien, no tenías seña de dueño alguno por ningún lado. Tus dos primeras hojas: arrancadas, como quien quitando una dedicatoria hubiese querido borrar el pasado. Miré hacia todos lados, lo de siempre, nada en particular. Me senté en el banco, comencé a leerte, comencé a reir, y desdramaticé todo aquél asunto y el mundo a mi alrededor se transformó.

Siempre me preguntaré, qué estigma, qué cosmos vital me obsequió aquél día El Libro del Buen Amor, del Arcipestre de Hita, como queriéndome decir "hoy sonreirás, te guste o no".







3 comentarios:

J. Angel dijo...

ufff.... el mejor relato corto en... años que te he leído. Brutal.

Lara dijo...

hermoso!

_XdC_ dijo...

gracias amiguitos :)