La chaqueta de Chris

Días soleados en días de invierno. La tregua instaurada que nos deja el clima. Una camisa remangada, el pelo suelto, volando de a poquito y despacio. Con algo de abrigo a cuestas pero sin mucho peso sobre nosotros excepto alguna nube, liviana y flirteando con las colinas. Un probable olor a sal de las orillas, anticipando alguna lluvia y alguna retirada, son los que suelen invitarnos a pensar en un mundo sonoro y posible, y dejarnos llevar por cada nota inevitable mientras caminamos hacia algún lugar incierto, pero seguramente verdoso.

Los malos días para la poesía son buenos días para la música, susurraba casi entre dientes el estimado Billy, quien ahora se acercaba entre un extraño cerrar de ojos posiblemente no tanto por la claridad de la tarde sino por la oscuridad de donde provenía:

- Cuando me dijiste que el día estaba así tuve que imaginármelo, y fue algo difícil así que decidí comprobarlo por mí mismo.
- Es que no es tan complicado, es abrir las cortinas en cuanto despertás... un poco, al menos.
- ¿Un poco, dices?
– Seh. O sino yo te aviso…
- ¿Me avisas sobre si el día puede ser bonito o si tengo que abrir las ventanas? Para mi un día bonito tal vez no sea lo que para ti es un día bonito; esos arranques de optimismo tuyos me marean a veces, sabes, no lo digo por mal pero a menudo, no tu, sino todos, todos nosotros, no deberíamos ser tan confiados en la naturaleza de la condición humana.
– Bill….
– Ok ok, el día está… bien, podría estar mejor pero está bien, se nublará dentro de poco y lloverá y… estará aún mejor.
– ¿Dónde está tu bajista? Sé que no es tuya, y que tiene un nombre, y tiene un nombre hermoso, y para mí además es la mejor bajista. Antes solía poner los ecualizadores de tal manera que
 – Que escuchabas los graves más altos. Cada vez que hablamos me cuentas lo mismo, me ha quedado claro. Y se llama Darcy.
- ¡Cierto! ¡Dónde está?
– Ni idea, pero podemos llamarla, o puedes llamarla yo no tengo conmigo el teléfono.
– Yo no tengo saldo.
– Podemos llamarla telepáticamente...
– Podemos evocarla...
– Ecualízate con los graves altos, tal vez aparezca así de la nada, detrás de algún árbol...
– Pensándolo bien me daría un poco de cosita que apareciera así.
- A ti todo te da un poco de yuyu y luego me necesitas.
- No siempre te necesito a ti, eso no es cierto.
- Nos necesitas la mayoría de las veces. O nos terminas necesitando, que es incluso peor. Mira, ahí viene tu amorcito.
- No es mi amorcito, y además, lo conozco antes que a ustedes...
- wow, qué deshonor con tu amorcito...
- No-es-mi-amorcito... ¿Cómo estoy? ¿Estoy guapa?
- Estás conmigo; todo el mundo se ve guapo al lado mío.
- ¡Tu tienes una gran personalidad!
- No me entretengas. Él es guapo, con una gran personalidad y canta mejor...  y ahora... intenta de ahora en más por favor relativizar todo lo que vayas a decir, o me voy.

Chris se acercaba un poco con las manos en los bolsillos, como buscando algo o cerciorándose de que algo siguiera allí, nos vio y quedó levemente inclinado hacia atrás por un segundo con una ceja para arriba y otra para abajo. Bill y él se saludaron y mi mueca instantánea se activó así que miré para el piso, había una botella y la pateé, pero como no soy buena jugadora la pateé para el lugar equivocado, y fue a parar a los pies de Chris, que terminó por sacarla del camino. Los dos nos lo quedamos mirando y él se encogió de brazos, nadie dijo nada entonces comenzó a reírse tapándose la cara, que es como adoro que él se ría, o como adoro que se ría cualquier chico que me gusta, o cualquier chico que empieza a gustarme, o cualquier chico.

Estaba con el pelo largo, como yo lo recordaba, y nunca llegamos a saludarnos porque cuando venía hacia mí hizo un gesto extraño, de aprobación y simpatía absoluta, que me dejaron tan sorprendida que, como era de esperar, lo solucioné con el típico gesto a continuación del semipiropo de cualquiera, que es reírme hacia el costado. Yo sé que me está pasando algo hermoso pero la otra persona piensa que… que… que le estoy dando vuelta la cara.

Bajaban los Chili por las escaleras, buen rollo asegurado, y me fui corriendo a perseguir a Flea que corre muy rápido pero no tanto  como para esperar a que yo me suba a cacunda y sigamos así por un rato con las manos levantadas. Finalmente se tiró al piso y nos reímos muchísimo. Los demás se pusieron a fumar en mitad del camino mientras se saludaban y nosotros en el piso: ¡Te he visto! ¡Te he venido a salvar! ¿¡Por qué siempre haces eso!? ¡Te estaba mirando y miraste para el otro lado!
–Cuando algo me gusta mucho hago eso… no sé por qué
-Lo mismo pasó con el piropo aquél… ¿cómo era?… pero tu falda es la risa de los rocanroles
- Pero nena, tu risa es la magia de los rocanroles...
- ¡Y nunca supiste quién había sido! ¡En vez... en vez de mirar!
- Y era un buen piropo...
- ¡Era un gran piropo! ¿Y ahora?
- Nada, yo sólo quiero preguntarle algo...
-¡Pues habla con él!
- Me taro...
- ¡Ya nos dimos cuenta!
- Yo no puedo ir y colgarme de la espalda de Chris...
- ¿Por qué?
- Porque contigo es sencillo, descontracturado.
- Vamos cariñoooooo, aprovecha ahora, somos pocos, luego viene Scott y todo se despercibe un poco, por cierto, allí viene…. No mires...
-¡¿Dónde?!
- ... y eso que te he dicho que no miraras...


Todos seguimos la marcha, como arlequines o parte de una banda sinfónica desarticulada, pero sin instrumentos. Lo saludábamos de a uno, como si estuviéramos en un cuasi funeral, diciéndole que todo estaría bien, y nos adelantamos nosotros mientras le iba diciendo algo así como que Chester no me gustaba nada, pero nada nada, y en realidad no se lo decía por adularlo, es que no me gusta nada de verdad. Y parece ser que resulté ser bastante contundente con mi honestidad, porque mientras miraba a la lejanía hacía una mueca de compasión a sí mismo y al mundo con un gesto hacía el otro costado, lo que para mi, claro, es mucha dicha, aunque tal vez me haya dado vuelta la cara. - Ché, no te lo tomes a mal, me encanta tu compañía pero en algunas cuadras, antes que se haga tarde, me gustaría hablar con Chris... No es nada personal, pero lo mío contigo no es… - ¿No es…? – No es "puro" precisamente, no es muy "platónico" que digamos – Ajá – Yo no pienso en vos como en algo… pienso más como en algo 

- ¿algo….? – Sabés? No entiendo por qué llevas esa bufanda todo el tiempo. Conozco muchos hombres de tu edad que siguen siendo chicos de su edad. – Mi bufanda. – Sí, tendríamos que tirar esa bufanda… en el próximo contenedor… - O sea, piensas en mi más como… bufandas. – Por favor… - Ok, está Chris, hablemos de bufandas. No te gusta mi bufanda. – Yo creo que podrías cuidarte la garganta con algún pañuelo, algo más… - Algo que no sea una bufanda. Tiremos pues, la bufanda, en el próximo contenedor. Toma – Además esta bufanda mirá el color, es marrón a cuadros ¿de dónde sacaste esto? Y la textura y... um qué bien huele…. Huele muuuy bien. – Chris. – Cierto. – Bufanda, contenedor. – Bufanda contenedor, cierto. – Bufanda contenedor.


Cuando nos acercamos al contenedor y apreté el pie para que subiera la tapa y la tiré no sin antes olerla otro poco y mientras me decía algo así como macaca sentí un pellizco en la pierna a unos segundos de la nalga. Di vuelta con mis ojos panorámicos para decirle Chrisssssss, y dijo: baj, yo vi que estaba mirando para otro lado... y no creo que tengas chance. – ¡Yo sólo quiero preguntarle algo! – Y yo quiero terminar con el hambre del mundo. Aquí Rock, allí Valses de Strauss –Él entendería que sólo quiero sacarme una duda – Aaaaah, ¡porque es sensible! claro, vaya, lo olvidaba, qué gran detalle. Pierdes el tiempo. – Para mí es una duda importante. – Pues tú misma, te pierdes de algo interesante. – Bueno, presentámelo porque jamás hablamos. – Ah, bueno, esto ya es extrema estupidez. Ven conmigo.

-           Chris, Xime, Xime, Chris.
Os vais a cagar, hizo con las manos.

Chris y yo caminábamos ahora por el borde de la vereda, yo comiéndome un poco no tanto por él sino por la tentación de caminar con un pie tras de otro por el cordón con las manos un poco levantadas, pero ya no pude ser espontánea desde ahí a lo que va del cuento. Cuando acerté a mirar él miraba para el piso con el ceño un poco fruncido, y no quise sacar conjeturas. No sólo no me moví de allí mientras andábamos porque sería muy tonto de mi parte sino porque cuando intenté hacerlo, todos los demás, ahora con la sonrisa reciente de Eddie cuando saltaba, me hacían con la mano como no-no-no vengas para aquí y Flea con la boca apretando como si se volviera un pequeño ano me decía no-no-no jodas ni te muevas. Así que seguí allí mientras buscaba alguna cosa para decir de preámbulo antes de mi duda a estas alturas existencial.

Miraba pues, hacia lo alto, como quien va mirando una ciudad que no conoce y se sorprende con gárgolas o algún faro acuñado en hierro en forma extraña que le da a uno la leve sensación de decir algo seguramente inútil pero que refrescará el silencio y, quién sabe, hasta puede parecer un atisbo de relacionamiento cultural… Pero no, sólo había edificios, gente colgando su ropa, y entonces ya como que me había olvidado de Chris sólo para encontrar algo interesante que comentarle a Chris cuando me dice señalando con el dedo: ¿Ves aquella libélula incandescente que está allí dando vueltas? Como el tonto mira el dedo y no la luna,  hice un lento y extenso recorrido visual desde el índice pasando por su falange, los huesos metacarpianos, la remera negra tornasolada hasta que por suerte una voz que ahora parecía lejana me indicaba nuevamente - ¿Allí, la ves? Así que me concentré ahora más lentamente de lo que  quería en hacer el recorrido inverso, descolgarme de la uña un poco larga del índice para volar hacia un horizonte un poco nublado para encontrar algún punto resplandeciente sin tener mucha suerte, en verdad, pero esforzándome en ello, cuando me dice otra vez pero agarrándome un poco de las sienes pero no forzosamente: ¿Allí, lo ves? Es David Bowie – Wow, a mi me parece como…como… como una libélula con luz – Como sea, es David Bowie. 

Presté atención a lo que en realidad me parecía una luciérnaga grande y lo miré a él, y tomando un poco de posición dije: Disculpá, pero eso es una libélula. Una libélula grande, tal vez, pero… es una libélula. Entonces se intoxicó un poco con lo que iba fumando y se sonrió y yo recé un otro poco, sólo un poco, para que no se tapara la cara mientras lo hacía, y creo que se notó mi pensamiento porque me revolvió el pelo con la mano y me empujó. Un poco también.


Con mi mueca tonta instalada, la cara hacia el otro lado, me encuentro con todos los demás más Eddie cuando saltaba más Joshua que se había instalado en el medio y todos a su vez gesticulando de alguna manera con las manos como para que me sacara de encima por fin la terrible duda. Pero sin pensarlo mucho, como había visto a Joshua me dieron ganas de saludarlo y contarle algo que sólo a él podía contarle y sin volver a pensarlo mucho y en un gesto verdaderamente espontáneo sin hacerme la coqueta le tomé la mano (a Chris) y le dije ¿Me aguantas que quiero contarle a Joshua algo que sólo le puedo contar a Joshua y vengo?

Dijo que claro, y toda la banda se desvaneció de manos abiertas como si su cuadro favorito hubiera errado un penal y seguidamente vuelvo la cara hacia él que ya no estaba parado sino sentado con las piernas abiertas jugando con un pastito y vuelvo a mirar pero esta vez acercándome cuando Flea se toma la frente y yo me voy acercando a Joshua y Joshua a mi para decirle: Tengo que contarte lo que me pasó en tu concierto y sólo a vos puedo contártelo.

Nos agarramos muy compadremente del brazo y nos fuimos para algún semi hueco no sin antes pasar por Eddie cuando saltaba y arrimarme al oído y decirle: por favor, ni siquiera tararees. A lo que él, bajando la cabeza en señal de namaste, volvió a subirla para decir: sin palabras. Seguimos con Joshua  el camino y yo respiraba solo porque a veces el entendimiento suele ser tan sensato y real que no necesita más.

Debajo de unas escaleras le contaba a Joshua lo sucedido en el  concierto mientras mirábamos a los demás, que estaban tranquilos unos e intranquilos otros porque la neblina iba bajando, llegaríamos tarde, o se nos haría tarde y nos agarraría la lluvia y no era precisamente verano y todos íbamos muy así nomás. Joshua se rió con mi anécdota, haciendo un gesto con sus dedos odiosos cerrando su boca, aunque no soy más el indicado -acotó- y me abrazó con un leve vaivén. Gesto totalmente sano entre nosotros pero tal vez no a la vista de los otros, ya que al volver Flea me miraba como ¿qué estás haciendo? Y Scott con un gesto de desaprobación total mostrándome por debajo de la rodilla un índice doblado que se juntaba con el comienzo del pulgar para decir: te aprieta el culito…

Joshua lo vio y siguió riéndose más largamente y yo suspiré porque Chris seguía sentado mirando muy de vez en cuando pero en rueda con sus interlocutores, sin emitir palabra, jugando con el pastito y volviendo cada tanto para seguir con la mirada el vuelo de la libélula. Perdón, el vuelo de David Bowie.

Como prometí que volvería, volví a su lado, y como no sabía que hacer, pues, me puse a mirar la libélula mientras él se levantaba para que siguiéramos todos el camino hacia el parque.

La libélula, la extraña libélula, vista más de cerca realmente no volaba como libélula, más bien hacía como gestos involuntarios de rodearnos y luego muy rápidamente volaba hacia algún punto muchos pasos delante nuestro, nos esperaba allí, nos rodeaba y luego muy rápidamente volaba hacia otro punto más allá, como mostrándonos el camino. Había captado mi total atención, y viendo un poco de refilón a Chris él estaba también absorto con ella; pero sorprendiéndome ahora con otra mirada de refilón me dice muy seriamente: Es David Bowie. Y lo dijo así, enfáticamente, como si lo hubiera reconocido, como si se hubiesen visto así toda la vida. De la mirada de  Chris a la libélula y de la libélula a la mirada de Chris, le pregunto: ¿Y siempre tiene el mismo color? Él como que lo pensó y dijo: El color que tú quieras-. Entonces sonreímos hacia el piso y dijo: no, él tiene el color de él, que es inconfundible.


- Tengo  que preguntarte algo, en realidad, contarte algo, y luego preguntarte. 
Y no dijo nada. Sólo puso cara de con qué vendrá pero bien, adelante, o eso supuse, y me di pie libre para extenderme mientras él escuchaba, o eso creía, sin perder de vista a David.

-Hace muchos años, en realidad no tantos, como tres años o así, yo fui a un bar, sola. Esa noche mi loquesea, que era más mi lo qué que sea, no podía salir, creo que estaba enfermo, pero nos vimos un rato antes, y yo no tenía ganas de volver tan temprano a casa, así que le dije que me iría a tomar algo al bar. Conocía a la gente del bar,  no sería un gran problema , porque siempre tendría algún objeto de conversación con el camarero ante cualquier emergencia o duda. Bueno, yo sólo le dije a mi loquesea que iría al bar, y el bromeó al respecto de que yo saldría esa noche y el volvería a su casa, y fue algo lindo porque sólo esas relaciones están buenas aunque no sean relaciones… Entonces Chris dejó de mirar a Bowie para mirarme a mi, creo que como para que fuera un poco más al asunto, así que dije: El caso es que yo fui al bar, un bar que no era de mi barrio, ni de mi ciudad, pero un bar que conocía, y entré y pedí una grapa miel con limoncelo, porque hacía mucho frío… Y… entonces, cómo explicarlo… Ta nada, una boludez (qué típico). 
Ni bien terminé de decir boludez sentí un pequeño golpe en la nuca y me di vuelta para ver a Flea revolviendo el aire con mano hacia delante movilizando el viento para que yo siguiera.

- Entonces nada, me sirvieron la grapamiel con limoncelo y entre los parroquianos del lugar me pareció que en frente, justo en frente, del otro lado de la barra, estabas vos. Pero, me pareció… nada que ver.
Fuera de todo pronóstico, Chris me devuolvía una mirada intrigada y expectante para preguntarme: ¿Y tú, qué hiciste?
Ésta vez, sonriéndole con los ojos como quien vuelve en el verbo del recuerdo a encontrarse con un recuerdo, y sintiéndome bastante tonta por lo que iba a responder, digo: Bueno, te miré digamos que muy fijamente, y vos te pusiste a mirar una pared muy lejana. Quería verte desde otros ángulos para cerciorarme pero no tan decididamente como para incomodar, y como no lo lograba, salí del bar, llamé a mi loquesea y le dije: Creo que estoy pirando, pero está Chris en el bar...
-¿Y él que te dijo?
Me dijo: en ésta vida todo puede ser, sí, puede ser él, yo que sé, encaralo.
Y sentí como un atisbo de amor, tal vez ese amor que sólo se encuentra en la libertad, y le respondí: ¡pero cómo lo voy a encarar si estoy saliendo contigo! Así que supongo que debe haber sentido como un atisbo de amor que sólo viene de la alta fidelidad. Guardé el teléfono y entré al bar dispuesta a, por lo menos, sacarme la duda preguntándole al camarero.
-¿Y entonces?
 -En mi silla ya no estaba mi chaqueta. Siempre pierdo mis chaquetas, mis mejores chaquetas, pero ésta era mi chaqueta preferida, como de un cuero desmejorado y agrietado, que alguna vez habría sido verde, que quería mucho. En vez de preguntarle por ti le pregunté si había visto la chaqueta. Recorrí todo el bar buscándola, no la encontré, miré por la ventana, estaba detenido el bus que me llevaría a casa, pasaba cada muchas horas, salí rápido, sorbo y saludo al camarero mediante... Sólo cuando subí al bus y me senté a mirar por la ventana pero hacia el bar mientras esperaba que arrancara me acordé que cabía la extraña posibilidad de que vos estuvieras dentro y ...bueno... luego me quedó la duda.

Él estaba más serio que antes,  no miraba a la libélula, se acomodaba los huesos del cuello con el rostro y luego las vértebras con la espalda y la cintura con los omóplatos, y no se lo veía muy amigable y cuando pensaba ésto dijo como quien piensa algo que realmente sonará demoledor: "Llegaremos tarde si no nos apuramos."

Es así como las trivialidades de quien nos interesa supongo se nos convierten en certezas poco probables o filosofías cuasi elevadas cuando solamente quieren decir algo como: llegaremos tarde si no nos apuramos. Como cuando nos quedamos pensando en qué querrán decir los puntos suspensivos en el final de un mensaje de texto, como si realmente le faltara el continuará, pero quedándonos en silencio porque sería muy tonto pedirle a quien sea que te respondiera en 140 caracteres qué mierda exactamente significan los tres puntos suspensivos esos, tal vez porque realmente no lo querramos saber, o tal vez, como en  este caso, porque no sea realmente necesario.

Mientras el sol y la neblina jugaban sus apuestas nosotros llegábamos, en silencio, en total silencio, a sentarse unos y recostarnos otros en el pasto, cerca de una laguna bastante inmóvil y densa, pero no por eso menos acuosa y contemplativa. No sé qué estarían pensando los demás, pero yo no estaba pensando en lechugas. Lejano a cualquier pensamiento estaban ellos, claramente, sobrevolándonos y fuera de cualquier contradicción o anécdota, excusa o fragmento. Estábamos congregados para verlos, y tal vez, con mucha suerte, al agudizar cada sentido, sentirlos y escucharlos.

Bill dijo mostrándonos con la vista: es esa, mientras se ponía sus lentes de sol. Todos nos pusimos nuestros lentes de sol y miramos la misma nube. Las oscuridades dentro de ella iban tomando sentido, a veces sí otras no, pero formando una figura, y luego otra y al parecer tres, e iba girando hasta darle textura y la textura le daba color al color. Unos semitonos suaves y transparentes pero no por ello débiles, sino todo lo contrario. Tragué saliva, algunos se llevaron las manos al rostro, otros al lagrimal, otros apretaron los puños, otros la boca. En las nubes las figuras se convertían en rostros, y los rostros a su vez se miraban entre sí, y después a los chicos, entonces Kurt dijo: ¡Hemos quemado todas las arpas! y Layne le dijo: no es cierto, no les digas eso; estamos muy livianos y eso es lo importante. Y Pudimos ver por fin a Jeff, que no dijo nada. Y Kurt volvió a hablar para decir: este enfermo quiere seguir subiendo octavas.

Todos nos reímos, o nos emocionamos, o simplemente llegaron esos espacios en los que sólo queda mirarse, o mirar para el otro lado, o ponerse a cantar algo que no refleje ninguna de las tres cosas, ni romper, ni liviandad, ni octavas. Todo iba disolviéndose, y en vez de cantar, charlamos, mientras se escuchaba de lejos un coro de monjes que, según bromeaban, no eran tan monjes como ellos decían...
 Porque desde que Jeff había llegado por ahí, todos los coros habían cambiado.



Cuando pude abrir los ojos, juro que seguía escuchando un coro de faunos por algún lado, pero en cambio todo estaba muy nublado, mis pies muy fríos, me costaba levantarme, moverme, poner cada hueso en su sitio. Faltaba poco para la noche total, y aunque no me daba cuenta muy bien dónde estaba, decidí caminar. Estaba entresoñoza, quería llegar a casa, y al final, cuando pude ver alguna luz de carretera, estaba Bill, y me apuré para no seguir el camino sola.


Caminábamos sin decir palabra, y empezó a llover. Llovía tan fuerte que dolía. Dolía en la cara. Dolía en la cabeza. Parece que fuera una lluvia de acero, le dije, tendrías que hacer una canción con ese nombre.

- Ya existe una canción así, la hizo Chris Cornell
- Ni idea, no lo conozco
- La hizo en un disco homenaje a Buckley hijo. Eran muy amigos y es un disco muy emotivo.
- Ni idea tampoco
- Soundgarden
- Te juro que no tengo ni idea de quién es.
- Tendrías que conocerlo, creo que te caería bien... Por cierto, cambiando de tema, es hermosa la chaqueta esa verdosa que llevas, ¿Dónde la conseguiste?





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