Poesía sonámbula para dejarse caer

Poesía sonámbula para dejarse caer y el intelecto que descansa. Una frase, un solsticio, un viento, un escampado, una bruma, un microchip puesto en la mano que avisa a la siguiente con un manual de uso tan imperfecto como equivocado. Poesía sonámbula para dejarse caer y el pasado que se envuelve para ser sueño, siempre sueño, siempre pasado, siempre perfecto, siempre reiterativo y armonioso, como los amantes que se besan por primera vez como si fuera a ser el último. Tan prolífico el saber tan traumada la memoria que corta todo en pequeños micromomentos, microcosas y microtemas descompaginados en un segundo, eterno, imparcial, ilógico, el notiempo del tiempo que será o no será o ha sido o nunca acaba o siempre existe allá en algún lado del banco derecho que es detectado por el cosmos abierto y limpio en una noche fría pero no tanto en una ciudad tibia pero no tanto con sus movidas pero no tanto. El sonido del sonido entra y sale viene y va se cansa y se oscurece y nada es todo y todo es nada. La boludez es comparable solo y solo sí a la poesía sonámbula para dejarse caer y el intelecto que descansa. ¿Vivo porque la estrella me mira o vive la estrella porque la estoy mirando? Un segundo de fascinación brilla en el milímetro quince de mi sien, que es donde suceden las cosas, y donde a menudo las olvida, donde juega a ser genial y pelotuda, excepcional y gilipollas. Un segundo de fascinación brilla en el milímetro quince de mi sien, que es donde se gana en las batallas y  se pierde en las tormentas por sucesos tan increíbles que ya no recuerda de donde es que viene la poesía sonámbula que se deja caer cuando el intelecto descansa mientras el viento me advierte en el milímetro quince de mi sien que las estrellas están enojadas porque ya no estamos allí para soñarlas.

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