Yo podría ser ella. Bebe agua en
el bus y la tapa como estuviera bebiendo alcohol. Podría ser también esa chica
que se viste de gnomo, se pinta de verde, los ojos, como si no hubiera un
mañana.
Yo podría ser esa señora obesa
por un problema con sus tiroides. Tener machacado el cuerpo, amaicenado la
entrepierna.
Podría ser esa mujer que olvidó
su nombre, junto a su cédula, y ya no tiene casa.
También esa joven que espera
–inquieta- que la atienda el psiquiatra que compartimos, en la sala que
compartimos. Ella hace un movimiento bamboleante de atrás hacia adelante con su
cabeza primero. Y después con su torso. Yo podría ser ella.
También podría ser esa mujer con
el síndrome de mujer poco amada. Se desnuda cuando llega a su casa y se mira al
espejo. Todo en ella, desde sus pies, pasando por sus senos hasta su pelo, le
parece feo. Entonces llora. Al llegar su esposo su cara está hinchada de
tristeza. ¿Ves? Le dice, como quieres
que alguien te quiera.
A “La Calandria” la olvidaron en
el loquero. Alguien la depositó allí, como si fuera un paquete. Nadie viene a
verla. Ni le traen cigarrillos. Ni tarjeta telefónica para comunicarse con sus
seres queridos. A “La Calandria” le han dado el alta y se quedará en la calle.
“La Calandria” ha llenado la pared con su propia mierda cual si fuera una obra
de arte. Es claro que ya no se irá.
Yo podría
ser como ellas. De hecho. Tengo una enfermera que me sopla en la nuca, me ha
atado con un candado en la espalda. Y yo no me quejo.
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