el viento

El viento insistía en ser torbellino.
Raudales de masa redonda.
Nunca volveré a escribir un verso como aquél...

Si quieres saber algo, estoy un poco cansada.
fumo demasiado, he olvidado todos mis trucos

Si quieres saber algo de mi podríamos caminar un día.
Tomar un helado. Jugar al ring raje.
Ver que encontramos, por ahí.

Pero el viento insistía en ser torbellino,
y a mi se me iban agotando las canciones.

Si quieres saber algo de mi, podríamos caminar, ya sabes, algún día.
Tomar un helado.
Jugar al ring raje, ver que encontramos, por ahí.

Y a mi se me van agotando las canciones.
No huelo a nada.
Sabor de mar.

Las noches yacen incendiadas ¿Dónde estás?
No huelo a nada. ¿entendés?
Sabor de mar.




Verso circular

Y entonces insisto en volver a tu recuerdo
a tu mirada
al olor de tu ciudad que todavía queda en mis dedos
como un reflejo
la humedad que todo se lo come
la obviedad de querer matarnos con un beso
mesa mediante
Y entonces es cuando insisto en volver a tu recuerdo
tu sonrisa carcomida
tu ironía destilada
Ese olor a hospital que se nos escapa
E insisto en volver a tu recuerdo
macerados como copas
de árboles bajo las tinieblas
de músicas arbitrarias
e insisto en volver a tu recuerdo
porque sí
porque me da la gana
porque te quiero
porque estoy borracha
porque podrías haber sido
el padre de los hijos
la vida de la vida
la sangre de la sangre
el viaje de los viajes
alucinando
junto a mi
junto a un lecho deslucido.

Porque te quiero, repito
porque me da la gana
y porque a estas alturas, que importa, ya
el rumorear al pasar
de las voces ajenas
del tiempo sin sanar
las oscuras vértebras
del pan mal comido
la ropa raída
del fin de los tiempos
deslucidos
como delirios
que ya no te dicen
vienes conmigo?

Y entonces insisto
en este verso circular
en esa deuda de tu olor contra mi olvido.





El cerdo

Y ahí estaba, ya de viejo, llorando como un marrano. Llorando en toda la boca. Que no era de lobo ni de pasta.  Sino de sed del tajamar. Del río que se abre solo, allá, en la coyuntura.

Estaba llorando de viejo, cuando empiezan a doler los riñones. Tal como aquella pequeña niña había soñado cuando lo veía sacar el machete... siempre disimuladamente.

Estaba llorando porque los ángeles vengadores existen y tienen cara de noticiero de la tarde y siempre es a la misma hora. Estaba llorando porque la justicia poética existe y aquella infanta sola y desnutrida se había conseguido un hermano mayor. 

Que todo lo ve. Y lo que es peor: que todo lo dice.


Estaba llorando porque los dos suelen jugar a hacer sapitos en el agua, como si ninguna niñez hubiese sido menguada. Y lo dos reían. Y el llorando como un marrano. A moco tendido. Porque la memoria nunca es incauta. O no tanto.

Y lloriqueaba como ese cerdo que va a contracuerda sabiendo cuál será su destino.

Porque lo engordaron lento. Porque la paciencia puede. Porque ya ha visto dónde le han puesto todas las cámaras, 30 años después.